viernes, 28 de mayo de 2010

Relatos de Don Wayne VIII

         Titanic B.S.O.

Georgina, el ave de cuerpo pálido y frágil, lustrado por el engañoso camuflaje de las lentejuelas y el torrente luminoso de los focos, desgrana la secuencia rutinaria de arriesgadas acrobacias mientras devana la triste madeja de sus pensamientos… Catorce años amarrados al movimiento pendular y sin horizonte de una barra metálica. Hacia delante, hacia atrás, hacia delante, hacia atrás…

Titanic B.S.O.


      La ácida fetidez de los elefantes flota todavía en la atmósfera cerrada de la carpa cuando el trapecio se desploma en un descenso vertical y mecánico hacia el centro de la pista. Centímetros antes de entrar en contacto con la seca textura del serrín da un respingo, frena y se detiene. La expectación del instante es aprovechada por Georgina, mediante un golpe de mano, la artista aparta el cortinaje para emerger exuberante en la escena. Lentamente la intensidad de los focos languidece y la oscuridad va ganando terreno en el espacio voluminoso del chapitó. Desde un punto perdido entre la grada, el cañón de luz sale del letargo y abre su párpado para subrayar el derroche de belleza adolescente con un concentrado haz luminoso, pálido y redondo. Sabiéndose el centro de todas las miradas, la muchacha demora el paso e instalada tras una sonrisa de muñeca se encamina hacia el centro de la pista.
   Al llegar frente al trapecio saluda de nuevo alargando los brazos como una princesita que se despereza enmarcada por el disco lunar. Se descalza con una sacudida de los pies, abandona los zapatos en el áspero terreno sembrado de chinorros, pisa la alfombra y, sin vacilar, da un ligero salto para encaramarse en el frío del acero. Siente como por efecto de la resina con que las ha embadurnado, las plantas de los pies se pegan a la barra metálica. Tras acomodar el puente sobre la superficie ligeramente plana y estriada, se aferra a los cables y da dos ligeros tirones para comprobar la seguridad del aparato, luego realiza un gesto de conformidad con la cabeza. El motor arranca dando inicio a una pausada ascensión hacia la cúpula. “¡¡¡Miiiiss Georgina!!!”, clama el presentador con voz rabiosa, “¡¡¡La trapecista más joven del mundoooo!!!”.
   Las pocas docenas de espectadores que salpican el graderío de madera contemplan el ascenso. Una vez en lo alto, la muchacha se afianza preparando la ejecución de los primeros ejercicios. Cuando esté lista comenzará a imponerse sobre el silencio que reina en la atmósfera circense un tema músical desenlatado: My heart will go on, la voz acaramelada de Celine Dion, el machacado tema central de la película Titanic.
   Hace meses que la propia Georgina, fascinada por la historia de amor que acababa de contemplar en la pantalla, eligió este tema como acompañamiento para su número aéreo. La joven artista, siente pasión por la romántica y dramática historia de amor entre el emigrante y la aristócrata. Una sola vez ha visto la película en la pantalla de un cine, no recuerda ya en que capital de provincia. Cien la ha rebobinado en vídeo doméstico, acogida por el calor estrecho de la caravana familiar. Quinientas se ha emocionado evocando la navegación junto a Kate Winslet. Mil veces, en la soledad de su litera, ha escuchado la voz de la cantante interpretando una historia de amor arrasadora, capaz de desafiar las ataduras y fronteras de clases sociales.
   Con los primeros compases de flauta, el trapecio Washington va tomando impulso y da comienzo el arriesgado vuelo, el prolongado vaivén en un recorrido cada vez más largo, hacia delante, hacia atrás… En los palcos y en la grada los rostros miran expectantes hacia la cúpula.
“Every night, in my dreams,
I see you, I feel you…”
   Georgina Popescu Casu, la niña punto de cumplir catorce años, comienza a dibujar la caligrafía de un vértigo que se abre paso entre el aire sofocante y polvoriento de un humilde tinglado de lonas.
“That is how I know you go on.
Far across the distance…”
   La cría nacida al amparo de una carpa, la hija de la legendaria estirpe de los artistas ambulantes, de las gentes errabundas y desheredadas dedicadas a dar vida a un espectáculo que se arrastra agonizante por los caminos.
“And spaces between us,
you have come to show you go on.”
   Una apátrida más, al margen de las convecciones sociales, sin otro vínculo formal con el mundo que los chanchullos y la rudeza propia de las leyes de la farándula. Sin otras raíces que este islote de gentes, mástiles, lonas y carromatos. Un laberinto hermético cuya puerta de salida es casi imposible de encontrar.
“Near, far, wherever you are,
I believe that the heart does go on.”
   La chiquilla de infancia profanada, curtida en el trabajo y las privaciones desde la cuna, sin posibilidades de estudio, sin oportunidades para conocer otra forma de existencia que no sea este itinerar perpetuo de un lugar a otro, recorriendo recónditas y anónimas geografías que le son indiferentes. Enclaustrada, atada al clan familiar, la muchacha de vida desolada y adversa, en un viaje sin destino cuya única meta es sufragar la supervivencia del grupo.
“Once more you opened the door.
And you´re here in my heart.
And my heart will go on and on…”
   La joven inteligente e inquieta, atrapada por el azar de una biografía, que en el albor de su vida intenta hacer resumen de sus pocos años para verse condenada a una existencia recluida en un mundo angosto, una sociedad raquítica y hostil incapaz de comprender sus ansias por respirar el pálpito tibio de una pasión adolescente, las aspiraciones de una criatura que se debate por emerger a la vida y al amor.
“Love can touch us one time,
and last for a lifetime.”
   Georgina, el ave de cuerpo pálido y frágil, lustrado por el engañoso camuflaje de las lentejuelas y el torrente luminoso de los focos, desgrana la secuencia rutinaria de arriesgadas acrobacias mientras devana la triste madeja de sus pensamientos… Catorce años amarrados al movimiento pendular y sin horizonte de una barra metálica. Hacia delante, hacia atrás, hacia delante, hacia atrás…
“And never let go till we´re gone,
love was when I loved you”
   Es entonces, en la soledad de la altura, cuando decide cabalgar en la ensoñación… El largo balanceo es fruto del empuje de las olas. Una brisa salada y húmeda le acaricia el rostro agitando su melena. Georgina se encuentra en pié, sobre cubierta, en el punto más elevado de la proa, allí donde la cuchilla del casco corta el Atlántico…
“One true time to I hold to.
In my life, we´ll always go on.”
   Apretado a su espalda, Leonardo Di Caprio sonríe. Puede sentir su aliento acariciándole la nuca. Se estremece. Dos brazos amantes la sustentan tiernamente por la cintura... Se va dejando arropar por el tema musical… El peligro no existe… Sin vacilar, decide desasir entonces las manos de los cables laterales, abre los brazos levantándolos en cruz, tal y como ha visto hacer tantas veces a la protagonista en la escena central de la película. Es un precario equilibrio, en pie y en movimiento, anclada solamente con la fuerza de los pies desnudos al fuste del trapecio.
“Near, far, wherever you are,
I believe that the heart does go on…”
   Suspendida en ese vaivén pendular, Georgina, sobrevuela la áspera realidad de su mundo… Es una pluma retenida en el aire por el hálito expectante de un público que entorna la cabeza hacia el cielo boquiabierto…
“Once more, you opened the door.
And you´re here in my heart.
And my heart will go on and on”
   A su alrededor el universo va perdiendo consistencia, se disuelve. Ya no existe nada más, solo un océano de pasión por delante. Georgina, flota, flota… sobrevuela el mar encrespado, desafía el oleaje, se deja arrastrar por la música… Hacia adelante, hacia adelante…
“You're here, there's nothing I fear.
And I know that my heart will go on.
We'll stay, forever this way.”
   Abajo, sobre la pista de tierra, el presentador repite vociferante su melopea: “¡¡¡Miiiiss Georgina!!!¡¡¡La trapecista más joven del mundoooo!!!”. Los aplausos atruenan, algunos espectadores se han puesto en pié y silban en un arrebato de admiración…
   Ahora, nada de eso importa. Georgina ha cerrado los ojos y sonríe. Sus anhelos divagan muy lejos, navega hacia el norte, rumbo a un océano de hielos, quizás camino del naufragio…
“You are safe in my heart.
And my heart will go on and on…”

Ilustración de Isabel Hermosell. Clic para ampliar.

5 comentarios:

  1. Gracias, Amigo Llon. Hay que ver como gana un relato mediocre cuando alguien se ocupa de presentarlo con esmero.

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  2. gallinariojana24/6/10, 16:40

    Trasfondo de circo auténtico y triste. En el aire mi propio vértigo. Gracias Don

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  3. Es Vd. muy amable, querida gallinariojana. Muchas gracias, me la comería a Vd al chilindrón.

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  4. Anónimo6/9/10, 4:03

    Quería agradecer a Don Wayne una tan bella historia la del último relato Titanic (B.S.O.).
    La primera vez me gustó, la segunda la disfruté como un buen poema que se relee, la tercera la saboreé acompañada de la música de la Película.
    Es un bonito relato el que nos brinda. Admiro a esa acróbata, capaz de evadir lo que tiene delante y concentrarse en la mùsica de una película para hacer algo tan difícil. También admiro al escritor en este caso capaz de salir de su vida rutinaria, últimamente un tanto ruidosa y alborotada, para poder crear y parir historias tan emocionantes.
    Con mucha admiración hacia Don Wayne.
    28/05/10

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  5. Don Wayne6/9/10, 4:05

    Amigo/a lector/a Anónimo/a:
    Debe Vd. saber que la mayor parte del mérito no es de quién escribe, sino de aquellos que le brindaron las historias.
    Georgina, la trapecista adolescente, no es un personaje de ficción, es una acróbata real. Con otro nombre, pero existe y la conozco bien. Hasta hace poco viajaba por España, trabajaba sobre un trapecio Washington en lo alto de la cúpula de un circo y lo hacía acompañada por la música de "Titanic". Su vida no es muy diferente de como se describe en el relato.
    El Hijo de King Kong también es un ser real. Durante algunos años fue un viejo compañero de viaje, un chimpancé de pelo cano, rebelde y de envergadura descomunal, obligado a itinerar por el mundo junto a la menagerie de otro gran circo. Encerrado en una jaula cochambrosa era expuesto a diario a una ignominia contra la que a veces se sublevaba. En dos ocasiones llegó a escapar del cautiverio. Conmigo, a veces se mostró amistoso, otras estuvo a punto de ocasionarme un buen disgusto. No he vuelto a saber de él, es posible que a fecha de hoy los padecimientos le hayan llevado a la muerte.
    A ambos doy las gracias por haberme forzado a reflexionar sobre sus vidas tan distintas a la mía. También porque el largo tiempo que compartí junto a ellos me ha empujado a la grata experiencia de escribir y regalarte su historia.
    29/05/10

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