jueves, 1 de noviembre de 2012

Relatos de Don Wayne XXXI


El Salvador Solitario
   
   "Mi héroe favorito es El Zorro, un justiciero de los de verdad, de los de carne y hueso, un valiente que también luchaba en solitario contra la injusticia que impera en el mundo. Ya no se hacen películas de El Zorro, la última la hizo Antonio Banderas, es muy buena. La tengo en dvd y la he visto un montón de veces. Los de ahora son todos superhéroes del tipo Superman, Batman o Spiderman, protagonistas de pacotilla que se escudan en superpoderes para vencer a la maldad. Chorradas, memeces, películas fantasiosas basadas en la pirotecnia y los efectos especiales. No hay quién se las crea, a esos tíos les falta humanidad" 




31. El Salvador Solitario


   Mi nombre es Salvador, milito en el movimiento a favor de los derechos de los animales. En el lugar donde vivo no hay muchos como yo, por eso siempre actúo solo; he intentado hacer proselitismo entre los compañeros del instituto, pero no ha querido apuntarse nadie. Me toman por pirado. Mi héroe favorito es El Zorro, un justiciero de los de verdad, de los de carne y hueso, un valiente que también luchaba en solitario contra la injusticia que impera en el mundo. Ya no se hacen películas de El Zorro, la última la hizo Antonio Banderas, es muy buena. La tengo en dvd y la he visto un montón de veces. Los de ahora son todos superhéroes del tipo Superman, Batman o Spiderman, protagonistas de pacotilla que se escudan en superpoderes para vencer a la maldad. Chorradas, memeces, películas fantasiosas basadas en la pirotecnia y los efectos especiales. No hay quién se las crea, a esos tíos les falta humanidad.
   Empecé en esto del animalismo hará un par de años, cuando tenía quince. En mi primera acción me dediqué a pintar los muros de la plaza de toros en contra de los espectáculos taurinos. Armado con un espray de color rojo les puse guapas las paredes del coso llamándoles lo que se merecen: ¡TORTURADORES! y ¡ASESINOS!, así con letras bien grandes y mayúsculas. Firmé con una S enorme, como el Zorro que firmaba con una Z. Sólo con ese dato era imposible pillarme, por aquí viven multitud de Severinos, Servandos, Silvanos y Serapios. Que me busquen. Poco después borraron las pintadas y programaron una corrida. Durante la noche les quemé los portones de entrada con gasolina. Una acción que tuvo sus riegos, con la precipitación se me derramó el combustible de la garrafa sobre las perneras del pantalón y faltó poco para que yo mismo saliese ardiendo a lo bonzo. Fue mi manera de protestar contra la crueldad y la barbarie de un espectáculo salvaje y detestable al que cuatro caraduras se empeñan en llamar “La Fiesta”.
   Por ferias paró por aquí un circo ambulante, una troupe de italianos. En su espectáculo presentaban un número con osos. Daba lástima ver a aquellos animales, encarcelados de por vida en un cochambroso remolque. Decidí actuar. Pertrechado con una pancarta, el día del debut me planté delante de la taquilla para denunciar las vejaciones y el mal trato a que se veían sometidos los plantígrados. El jefe de aquella mierda no tardó en salir a buscarme. El cobarde se hacía escoltar por dos fornidos individuos con aspecto de trapecistas. Me agarraron y me sacaron arrastras del recinto ferial. Aquel  cabronazo me amenazó, me dijo que si volvía a aparecer por la puerta del circo me partía la cara y luego me metía la pancarta por el culo. Me libre de una somanta por los pelos, había mucho público en la feria y el sinvergüenza no quería testigos. Regresé a mi casa con la camisa desgarrada y la pancarta hecha jirones pero con la satisfacción del deber cumplido.
   Este verano he bajado un par de veces con la bicicleta hasta las vegas, mi objetivo era acechar a los cazadores. Los escopeteros son todos unos desaprensivos, unos criminales en potencia, con tal de darle al gatillo disparan contra todo lo que se mueva. Les da igual que sean estorninos, tórtolas o conejos. Su obsesión es matar y matar, acabar con la fauna indefensa. Les vigilaba mientras se apeaban de los coches con sus perros. Luego, cuando se alejaban lo suficiente me acercaba y les tuneaba el cuatro por cuatro con la punta de un destornillador. Rayajo por aquí, rayajo por allá. Remataba el trabajo tatuando la S sobre un lugar bien visible de la carrocería. ¡Que se enteren joder, que hay gente concienciada y que no todo el mundo les ríe la gracia!
   Lo último me ha pasado hace pocos días. Estaba haciendo una ruta en bici cuando, en el aparcamiento de una gasolinera, descubrí un camión cargado con jaulas de gallinas. Amparándome en el trajín propio de las estaciones de servicio decidí acercarme a echar un vistazo. Las desgraciadas aves se amontonaban en el interior de las jaulas sin apenas espacio. El conductor había dejado el vehículo aparcado al sol y habría entrado en el restaurante a tomarse una cerveza. El hijo de puta se había olvidado de las aves que se estaban cociendo al sol bañadas en sus propios excrementos. Decidí que había que liberarlas de modo que, una a una, comencé a abrir las portezuelas de las jaulas, empezando por las que estaban situadas en la parte trasera del transporte. Cuando el tipo salió del bar y vino hacia el camión, corrí a esconderme detrás de unos contenedores. El camionero trepó a la cabina, arrancó, inició la marcha incorporándose a la carreta. Salté a la bicicleta y  pedaleé deprisa en el intento de seguirle. Del camión habían comenzado a caer gallinas en cascada, revoloteaban en el aire para acabar estrellándose contra el asfalto. El chófer ni se entero de que las iba perdiendo, o le daría igual, vete tú a saber. Los automóviles que venían detrás las despanzurraban en medio de un desplumerío espeluznante. Pude ver como una salía volando y conseguía aterrizar en la cuneta. Me acerqué casi sin resuello con el propósito de rescatarla. Allí estaba el animalito, tirado entre la maleza, inmóvil, presa del pánico. La agarré, la introduje en una bolsa de tela y me la traje para casa. Sentí una pena enorme por todas las demás, las que se alejaban dentro del camión y las que se quedaban formando un reguero de sangre y plumas sobre la carretera. Estoy seguro de que todas eran gallinas ponedoras, se habrían pasado la vida miserablemente enjauladas y ahora, al bajar su capacidad para producir huevos, las llevaban camino del matadero. He decidido dejar de comer huevos, no quiero hacerme cómplice de salvajadas como esta. De momento tengo a la gallina metida en el macuto, en el garaje donde mis padres guardan el coche. Pero ya me han dicho que ese no es sitio para una gallina, que tengo que llevármela de ahí. Quiero darle un lugar mejor, para que tenga una vida digna y sea feliz.
   Y nada, que eso era lo que quería contaos. Bueno eso y que ahora no sé qué hacer con la gallina. Que si alguno de los que leéis esto tiene una finca, un corral o una casa de campo y está interesado en la cría de gallinas que  contacte conmigo, que yo le regalo una.          


2 comentarios:

  1. Hay un sitio en Jaraíz que llaman El Gallinero,¡empieza por ahí!. Me han dicho que está lleno de tíos y tías, muy raros, que cacarean y que ellos mismos se creen aves. Algunos dicen incluso que han visto descargar sacos de pienso en la Sala Avenida que se comen entre películas, más raras que ellos mismos. Llévales la gallina que a lo mejor la hacen presidenta de honor de la Asociación o la ponen guantes largos en las patas, como a Gilda.

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  2. Un buen relato y una magnífica respuesta. ja ja
    Y siguiendo con la ficción, pues, sí German, la gallina que la lleve el individuo este al gallinero y que el granjero y sus asamblearios decidan qué hacer con ella, pero al Salvador, mejor le adjudicamos de ahora en adelante la misión de proteger humanos, con lo bien que "salva" seguro que hace unas filigranas estupendas y además tiene tajo. ¡Que nos retire la protección a los animales, por favor!

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