jueves, 25 de diciembre de 2014

Relatos de Don Wayne XLV

"Regresaban al pueblo antes de la primera función, ella se metía en la garita y comenzaba a despachar entradas. El chico se colocaba en cola, pagaba religiosamente su ticket y se metía al cine. Mientras fueron novios jamás aceptó un pase favor".


45. Los pájaros





    No tenga usted tanta prisa, amigo, que me lleva a trote de galgo. Detengamos un momento el paso para prestar atención a ese paseante que llega por la vereda que serpentea entre los alisos ribereños. La friura invernal tampoco parece haber hecho mella en su deseo de echarse al campo. Le diré que, ese hombre, tiene por costumbre salir a diario. Pasada la hora tonta de la siesta, agarra a su soledad de la mano e, invariablemente, su abstraído caminar le conduce hasta ese puente.
   Esta tarde, para protegerse del relente, nuestro protagonista marcha algo encorvado, aovillándose dentro del desgastado tabardo que le abriga. Fue ella quién le regaló la prenda, el primer año de casados.
   Preste atención, enseguida podrá percatarse de que nuestro personaje es persona observadora; parece estar esperando algo, de vez en cuando se detiene y escudriña la vegetación lindera del sendero. Vea, en este mismo instante permanece congelado junto al pretil del puente. Sumido en la melancolía de una ausencia, contempla ensimismado al menudo y esquivo pajarillo que acaba de posar en los zarzales, una tarabilla que, ignorando su presencia, pía y retoza erguida en la rama más alta del espino. Nuestro hombre parece no tener ninguna prisa, observe, acaba de sentarse sobre el antepecho de granito. El protagonista del relato no cae en la atenta expectación del ornitólogo, más bien parece estar interrogando al ave.
   Comprenderá mejor la escena, la actitud del personaje, si yo le suministro cierta información de la que usted carece. Omitiré ciertos datos por ser irrelevantes para el cuento, no viene al caso que me entretenga en proporcionarle a usted farragosos detalles acerca de su nombre, domicilio, actividad profesional o ideario político.
   Para hacerse con la historia, lo que usted necesita saber es que, nuestro hombre, enviudó hará cosa de cinco años. Gloria se llamaba su esposa. Gloria, no me negará que una mujer con un nombre como ese sugiere muchas cosas... Una moza menuda y alegre, con unos ojos transparentes, oceánicos... Era una joven hermosa, de una belleza que hasta dolía mirarla de frente. Envidiaba uno aquella promesa de piel lozana y caricia tibia, suave como el pecho de los pájaros. Desde novios ya le tenían querencia a estos andurriales. Gustaban de salir a caminar juntos cada tarde, sin importar la época del año. Te tropezabas con la pareja por la bajada de La Muela, por el carril que sube hasta Somalo o aquí mismo, junto al puente que salva el desnivel de la garganta.
   Comenzaron a hablar siendo casi niños. Ella no pasaría de los quince, trabajaba de taquillera en el cine del abuelo. Las hojas de treinta calendarios han otoñado desde entonces. Cada tarde de domingo, se citaban en la plaza y se dejaban caer por estos perdederos. Regresaban al pueblo antes de la primera función, ella se metía en la garita y comenzaba a despachar entradas. El chico se colocaba en cola, pagaba religiosamente su ticket y se metía al cine. Mientras fueron novios jamás aceptó un pase favor. Un detalle tonto muy comentado por entonces. Casaron siendo jóvenes. Una vez constituido el matrimonio, él, entraba tranquilamente a la sala sin pasar por caja. A eso de las once, acabada la sesión nocturna, esperaba junto al portón y se iban abrazados para casa. Su pasión era todo un espectáculo, cualquier pretexto era bueno para volver la cabeza y contemplar aquel amor. Y así un año tras otro. Vino luego lo de la enfermedad de ella, fue todo muy rápido…

   Se cuenta por aquí que, a poco de iniciar noviazgo, durante una de aquellas caminatas, hicieron alto ahí mismo, donde usted le está viendo ahora, junto al muro del puente. Hay quién dice que contemplaban la caída de la tarde cuando ella se le acercó más que de costumbre, le tomó por la cintura y ofreció su rostro para el primer beso. Coincidiendo con aquel instante de dulce convulsión amorosa, una confiada tarabilla se acercó volando hasta lo alto del arbusto y se quedó mirando a los amantes...


2 comentarios:

  1. Estos pajaritos con alma son mejores que aquellos córvidos desalmados

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  2. Qué tierno se ha puesto usred don Wayne!!
    Me encanta...
    Conmovedor, nostalgico y amoroso relato.
    Feliz y prospero año 2015, señor-

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