domingo, 8 de marzo de 2015

Relatos de Don Wayne XLVIII

"El blando edredón de pluma es el territorio sobre el que ella despliega las blancas arenas de un cuerpo que reverbera en la penumbra. Él es un muchacho deslumbrado que explora cada duna, se entretiene en cada cala y recorre cada médano, seguro de que hallará por fin su caracola".

48. Las sinopsis





Para Isabel, porque hoy es 8 de marzo y
por su obstinada resistencia a comprender
el significado de la palabra sumisión.

   Diego y Nieves han tomado a su cargo la redacción de las sinopsis del CineClub. Llaman sinopsis a esas hojas volanderas que se dejan sobre una mesita que hay en el vestíbulo del cine con intención de informar a los espectadores acerca de algunos datos relevantes sobre la película cuyo pase se va a efectuar ese día: ficha técnica, filmografía del director, resumen del argumento, comentarios de la crítica, premios en festivales, algún fotograma… En cierto modo, las sinopsis sirven también de vínculo de unión entre los cinéfilos más recalcitrantes de la localidad: se convocan asambleas, incluye un avance de la programación mensual o se comentan aspectos relacionados con la gestión de la Asociación.   
   Para redactar y dar forma a las sinopsis, Diego y Nieves, se citan los domingos a media tarde, siempre en casa de ella. Se preparan un té, despliegan sobre la mesa del comedor los ordenadores portátiles y se meten en faena. Su método de trabajo se apoya siempre en un guión previamente establecido basado en una escrupulosa división del trabajo; durante la primera hora cada uno se sumerge en la parte que le toca. Nieves bucea en internet en busca de los datos técnicos, las fotos, los afiches que van a necesitar y se ocupa en preparar el montaje gráfico. Diego, por su parte, cacharrea en busca de los comentarios y opiniones de la crítica especializada, se hace una composición de lugar y redacta los textos que aparecerán en el epítome. Trabajan en silencio, acompañados únicamente por la leve respiración de los aparatos electrónicos.
   A eso de las siete vuelcan la información acumulada en el disco duro de Nieves y tratan de dar forma definitiva al trabajo. Aunque de una vez para otra siguen un modelo predeterminado, el proceso es arduo y no es raro que se produzcan discrepancias y acaloradas discusiones. Que si esta foto mejor que aquella, que si ese comentario es inconveniente, que si ese texto es demasiado largo y será imposible de enmaquetar, habría que resumirlo. Pues ya me dirás tú por dónde lo capamos…  Hay ocasiones en que los criterios son tan dispares que se crispan. Cualquiera que asista a uno de esos desencuentros podría pensar que han llegado a un punto en que las posturas son irreconciliables. Pero qué va, la sangre llega poco lejos, nunca alcanza a teñir las aguas de la garganta. Quién los conoce bien sabe de sobra que al final habrá consenso. Hay un momento en el que Nieves exclama: ¡Ya está, se acabó, se queda como está, ni tocarlo, ahora mismo lo pasamos a un PDF! Manipula en el teclado, hace un doble clic y la impresora parpadea e inicia su jadeo. A empujones sincopados los dos folios, cara A y cara B, van asomando como anémicas lenguas caninas, por la ranura de la máquina. Se ponen en pie y examinan satisfechos el resultado de las dos horas y pico de trabajo. Llegados a este punto se produce un acontecimiento que hace que la tarde viré en una dirección inevitable. Diego alarga los brazos, toma a Nieves por la cintura y la estrecha con fuerza... (Cada domingo, llegado este momento, los habitantes de este cuento viven instantes de un raro desasosiego). 

   Tras un corto vuelo por el pasillo de la casa, envueltos en una tormenta de caricias y besos, van siempre a dar al dormitorio de ella. En el centro, con el gran cabecero de madera arrimado a la pared, hay una cama de matrimonio desusadamente grande y alta. Un lecho de origen luso que ella se trajo de Setúbal tras la ruptura definitiva con Norberto. Un mueble al que él la llama en broma “la playa portuguesa”. Una llanada blanca y extensa como el universo en la que aterriza la pareja como dos aves itinerantes que anhelan el reposo. El blando edredón de pluma es el territorio sobre el que ella despliega las blancas arenas de un cuerpo que reverbera en la penumbra. Él es un muchacho deslumbrado que explora cada duna, se entretiene en cada cala y recorre cada médano, seguro de que hallará por fin su caracola. Los dedos demorados de ella recorren otras costas, de fisonomía más dura y elevada, hasta dar con la nave de su Drake. Miles de pequeños peces les rebullen en la sangre. Se asemejan a dos náufragos que bracean entregados a un ritual propio de los mamíferos marinos en época de celo. Se huelen, se retuercen, se humedecen, se muerden, se abrazan… Se acoplan. La marea va subiendo con un empuje que atruena. El  leve jadeo de él. La respiración entrecortada de ella. La satisfacción de penetrar. El placer de sentirse penetrada…
   Y luego el azaroso mar, con sus vaivenes y su vértigo. Hay palabras susurradas en voz baja, la voz del deseo y de los cuerpos, y dos pares de ojos que relampaguean en el crepúsculo del fondo, desafiándose de frente.  
   El mar con sus idas y venidas…, con sus idas y venidas…, con sus idas y venidas… hasta que la gran ola colapsa contra ellos y los deposita derrotados en una de las dunas de la orilla… El agotamiento les cierra los ojos. Permanecerán abrazados largo rato. 

   En algún lugar de la casa vecina se escucha un aparato de radio. La voz chillona de un periodista deportivo relata con rabia el lance de un choque futbolístico. Diego cierra su ordenador y lo  guarda en el maletín, tira de la cremallera y se lo cuelga del hombro. Nieves, con los pies todavía descalzos, le acompaña del brazo hasta la puerta.
—Encárgate tú de llamar a Salo. Que te confirme el título de la próxima película. El domingo que viene nos vemos y redactamos la sinopsis.

                 

2 comentarios:

  1. Un relato muy cálido, Señor Don Wayne. Diferente a lo que nos tiene acostumbrados. Será que la anticipada primavera verata le ha llevado por estos deliciosos senderos.
    La metáfora de la playa y el movimiento de las olas, un acierto.
    En los tiempos que corren, vendrá muy bien que siga usted transitando por estas veredas, dando calor a los picos y crestas de las aves del corral.
    En fin, que cuando usted quiera nos encontramos en alguna de esas playas lusas que tanto le agradan. Antes de que el calor sea excesivo para mi. Muchas gracias

    ResponderEliminar
  2. Y luego dirán que el cine no proporciona momentos placenteros. ¡Lo que se pierden por incrédulos!

    ResponderEliminar