sábado, 24 de abril de 2010

Relatos de Don Wayne VII

          Jugando a que Éramos...

―¿Jugamos?

―¡Claro! ¿Quiénes somos?

―Tú eres Robinson Crusoe. Yo una nativa a la que has salvado. Vivíamos en una cueva y necesitábamos encender un fuego.
―¡Pero, Robinson no salvó a ninguna nativa, era un nativo y se llamaba Viernes!


Jugando a que éramos...


Para Isabel, la agitadora.

―¿Juganos a películas?

―¡Venga! ¿A cuál jugamos?
―¿Te acuerdas de Yuma? Pues estábamos en el poblado de la tribu. Tú eras un hombre blanco prisionero, estabas herido y con fiebre sobre un jergón de pieles. Yo era la india cherokee que te cuidaba. La cama es ahora el interior del tipi. Vamos a prepararlo todo.
El lienzo de la almohada, el espacio de sábana que separaba los dos cuerpecillos menudos mudaban entonces en el interior de un hogar piel roja. Él se fingía herido. Ella le cuidaba colocando un paño húmedo sobre su frente.

   Rondarían los nueve años. No eran hermanos. Las familias de ambos, unidas por estrechos vínculos de amistad, residían en el mismo pueblo y gustaban de salir juntas alguna noche, al cine o al baile. Noches en las que los padres regresaban tarde; por eso tenían decidido acostar a los niños juntos en la vivienda, en la cama grande que fue de los abuelos. “Así se hacen compañía”, se justificaban las madres. En esas ocasiones, para acabar de conjurar los miedos nocturnos, el padre de la niña hacía pasar al interior de la casa a su perro de caza, un perdiguero corpulento y manso, que se acostaba sobre el felpudo de la entrada.
   Fingían quedarse dormidos. Pero en cuanto escuchaban el portazo y las voces alejarse calle abajo se producía una agitación entre las sábanas.

―¿A qué película jugamos hoy?

―¿¡A Los hijos del capitán Grant!?

―¿Y dónde estábamos?

― Buscábamos a nuestro padre. Tú eres Robert y yo Mary. Habíamos llegado hasta las montañas. Ahora estábamos en una cabaña, justo la noche antes del terremoto. Debemos preparar la cena con provisiones que llevamos en nuestros petates. 

De las imaginadas mochilas simulaban ir sacando cosas que ordenaban en el centro del lecho. La niña organizaba el juego. El chiquillo la seguía complacido.
―¿Jugamos?

―¡Claro! ¿Quiénes somos?

―Tú eres Robinson Crusoe. Yo una nativa a la que has salvado. Vivíamos en una cueva y necesitábamos encender un fuego.

―¡Pero Robinson no salvó a ninguna nativa, era un nativo y se llamaba Viernes!

―¡Y eso que más da, tontito! Para nuestro juego vale así…
―Juegos que pudieron durar unos tres años.
   Al poco de cumplir ella los doce, las familias decidieron que ya eran “mayorcitos” como para tener que dormir haciéndose compañía. Sin más explicaciones, a partir de entonces, las noches en que las familias salían juntas a ella la enviaban a hacer compañía a la tía Manolita, “que está muy mayor la pobre”. Él dormía solo en su casa.
   
Continuaron coincidiendo durante algún tiempo, en encuentros de amigos, en fiestas familiares, en la piscina… En alguna ocasión llegaron a bailar juntos en las fiestas del pueblo. Pero ya no era lo mismo. El tiempo, la distancia y una emigración galopante provocada por la crisis de la industria galletera acabaron por abrir una brecha que se encargó de hacer el resto.

   

¡Hay que ver como está el hall del Cine Maravillas de animado! Esta noche estrenan Gringo viejo, con Gregory Peck y Jane Fonda. ¡Cuánta gente! ¡Quién lo iba a decir! La verdad es que en este pueblo siempre fuimos muy peliculeros. Hubo un tiempo en que funcionaban hasta tres salas: el Maravillas, el Amor y el cine de los frailes donde los fines de semana proyectaban películas para el chavalerío: Marisol, Joselito, Pili y Mili, western, cintas históricas, de aventuras, zorros, tarzanes, mosqueteros, cosas así. ¡Y qué pinpantes vienen todos con su ropa veraniega! La verdad es que hoy ha calentado bien. Menos mal que al llegar estas horas refresca… Durante el invierno la población del pueblo parece extinguirse, pero hay que reconocer que con el verano y la llegada de las vacaciones esto es otra cosa…

   En principio ninguno de los dos se ha percatado de la presencia del otro. Ella saluda animadamente a un matrimonio anciano. Habla deprisa, con ademanes de las manos, se la nota algo excitada. Lo normal, llegó ayer mismo, la emoción de los reencuentros. Sí, sí ha venido sola. Sí, si es posible, hasta finales de agosto. No, no, ellos no han venido, ya están mayores. No, el año pasado tampoco vinieron… 
Él ha buscado refugio arrellanándose sobre la tapicería de uno de los divanes laterales. Apura el tiempo que falta para que de comienzo la proyección atrincherado tras un marlboro. Llegó hace unos días. Mientras espera el día de boda, pasa el tiempo dando largos paseos o se pierde por los meandros del río en busca de alguna trucha despistada. Durante los primeros minutos de espera sus miradas se han cruzado alguna vez, pero no se han reconocido. Al menos así lo comentaran entre ellos más tarde. Por fin sus ojos convergen de nuevo para quedar trabados en un instante de incertidumbre. Él espachurra el cigarrillo contra la arena del cenicero y amaga dos pasos hacia delante. Ella se disculpa de la pareja con la que se encontraba conversando. Sorteando a varias personas se dirige hacia él. Sonríe. Parece contenta. 
¡Pero bueno, vaya sorpresa! ¡Cuánto tiempo! ¿Qué haces tú por aquí? Se plantan dos besos protocolarios en la mejilla. Los rostros apenas llegan a encontrarse, el aroma de ella lo ha envuelto desencadenando una imperceptible convulsión. La toca ligeramente con las manos en los hombros. Un abrazo que no llega a ser. Se encuentran en los primeros compases de la charla cuando el timbre berrea el aviso: la proyección va a dar comienzo. ¡Bueno, bueno, que alegría! ¡Quién iba a decirlo! ¿Oye, nos vemos luego? Venga, a la salida, aquí mismo quedamos. No lo olvides que te voy a estar esperando. ¡Que no tonto, que no! Ella a la carrera, él dando largas zancadas, alcanzan las puertas que franquean el acceso a la platea. Se pierden en la ceguera de la sala. Durante la película, desde un lugar del patio de butacas unos ojos merodean sobre las cabezas en penumbra. En otro punto, un estado de ánimo da suelta al potrillo que inicia un ligero trotecito.
   
¡A ver si te he liado y tenías algún compromiso! No, no, qué va, he venido al cine sola. ¿Cuándo has llegado? Vine ayer, hace una noche tan magnífica que me apetecía salir un rato. ¡Oye, te invito a tomar algo! Aquí mismo, en Los Gallos, ponen unas tapas que son de antología... Una mesa en la terraza. Entre el vapor del rioja y el rocío del verdejo se va amasando la charla. El bullicio del local se va olvidando de ellos. En principio la conversación discurre por los temas más manidos. ¡Tú por aquí! ¡Hay que ver como pasa el tiempo! ¿Qué te ha parecido la película? ¿Vienes a menudo? Todos los veranos, nunca he dejado de venir, ¡me encanta esto! ¿Y tú? ¿Yo?..., hace más de diez años que no aparecía por el pueblo… He venido por la boda de un primo…. ¡Vaya, vaya, tú! ¡Y tú…! Se escrutan con mirada penetrante. ¡Pero mira que ha sido siempre linda esta mujer! ¡Conserva en la pupila el brillo del pilluelo que fue siempre! ¿Y qué ha sido de tu vida…? Ella trabaja ahora de profesora de literatura en el Instituto Español de Lisboa ¡Tenía tantas ganas de salir, de vivir cerca del mar!…Buscaba otra atmósfera, otra luz. La meseta puede llevar a se muy agobiante. Ya. También me… con un compañero del instituto, profesor de matemáticas. Al final descubrió que razonaba la vida con los mismos criterios con que se resuelven ecuaciones. No funcionó. Tiene un hijo, sí. Pasa el verano con su padre. ¿Y tú, qué ha sido de tu vida? Al terminar la escuela se fue a estudiar con los curas. Luego una ingeniería. No, no, yo no. Ahora trabaja en el mantenimiento de turbinas hidroeléctricas en algunas de las presas de la región. Vamos, que podemos dejarlo en que soy mecánico. Cuando empezó a trabajar… Ahora…

   Ya tarde, deciden levantarse y salir a que los trague la noche. La atrofia inicial se ha ido desanudando. Lo que había comenzado como un encuentro formal ha derivado hacia el diálogo amistoso. Cosas del ejercicio de la nostalgia que suele abrir ventanas hacia la intimidad. La infancia lejana que va tejiendo su milagro. Te acompaño hasta casa. Ella conserva la casa familiar. Ya recuerdas, la que está en las afueras, en esa barriada que se da de empujones con el monte. Que sí, mujer, cómo iba a olvidarlo. Caminan juntos, sin prisa, sin tocarse. El tiempo se ablanda, la noche retiene su paso. Remontan la ancha escalinata de la plaza. Cuando pasan junto al callejón del cabezudo comentan algo. Rompen a reír. Ella se sujeta de su brazo para evitar un traspiés. Al llegar junto al portón se detienen. Miran el cielo suntuoso. Las noches de verano no han cambiado. ¿Te gustaría volver a ver la casa? Te invito a un oporto. Gira la llave y abre de un empujoncito. Pasa. En este rincón dormía el perro. Las escaleras de madera oscura y encerada por las que se sube al piso de arriba. El viejo banco pintado de blanco. Los cuadros de contenido religioso han sido sustituidos por fotografías en gran formato de flores y de insectos. ¿Y estas fotos? Las he hecho yo, una tontuna que me ha dado por la fotografía. He remozado un poco la casa, verás que hay cosas que han cambiado. Unas pocas cosas, lo demás me gusta que siga así. Entra en la cocina, ahora vuelvo. Los electrodomésticos son nuevos. Sobre la mesa hay un plato con cerezas y un libro de Torga, La Creación del Mundo. Te ha dado fuerte lo de Portugal. Adoro ese país. Sirve el oporto en dos vasitos. ¿Recuerdas las noches en que jugábamos a películas? Claro, chiquilla, cómo iba a olvidarlo. Éramos tan ingenuos... Ingenuos, sí… sólo hasta cierto punto. Él está sentado en la mesa. De vez en cuando se lleva una cereza a la boca. Ella permanece de pie a su lado. No puede eludir el impulso de tocarla. Tiende el brazo y acaricia su cadera con la palma de la mano. Lo hace suavemente, por encima de la falda. Luego la estrecha ligeramente contra su rostro. La fortuna ha conspirado para que los días de la infancia vuelvan hoy a urdir su juego.
 Es muy tarde, voy a subir a acostarme. No añade nada más. Sale de la cocina desabotonándose la blusa. Él la ve caminar hacia la escalera. Cuando comienza a subir abandona la prenda en el pasamanos. Primero desaparece su pelo, luego los hombros, la espalda, la falda,… Finalmente se evaporan dos pies descalzos. Dos zapatos han quedado huérfanos en mitad de un escalón. Él retorna a la puerta que da a la calle. Un silencioso enjambre de ingrávidos astros se solazan en la frescura de la noche. Observa durante un trecho la trayectoria errante y rectilínea de un satélite. A estas horas los sapos ya han acallado su canto, el último murciélago trasnocha bajo el haz lechoso que emite la farola. No tardará en amanecer. Regresa al interior de la casa. Se descalza antes de comenzar a remontar los rústicos peldaños de madera. Conoce bien el camino que conduce al dormitorio. Ella ha dejado la puerta entornada. Se queda unos instantes apoyado en el quicio. La percibe acostada en la penumbra. Le observa. Él comienza a desvestirse despacio. Luego, se acerca. Retira el edredón de pluma. Contempla el cuerpo femenino diluido entre las sábanas. Se tiende junto a ella. Al principio no se tocan. Durante un tiempo permanecen callados. Incrédulos. Abriéndose paso entre las sombras, se sostienen la mirada.
―¿Jugamos a que éramos…?

Con la yema de los dedos comienzan a leerse los cuerpos, sin premura, como dos ciegos. 
A esa hora, por afuera, se escucha ya el primer canto de los pájaros.










5 comentarios:

  1. Imagino algunas de las películas que pudieron acompañar el reencuentro: De Aquí a la Eternidad, Belle de Jour, Deseando Amar, Ojos Negros, Los Puentes de Madison, Los Amantes del Círculo Polar, La Dolce Vita, Hierro 3; Primavera, verano, otoño, invierno..y Primavera, Besos Robados, Desayuno con diamantes, Casablanca, El Mismo Amor la Misma Lluvia, Cosas Que Diría con Sólo Mirarla..... y también El Imperio de los Sentidos y hasta, mal que le pese a alguien, El Sabor de la Sandía (Por el AMOR, que no por el patético porno).

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  2. Es Vd. maravilloso sr. Llon, ¡ha conseguido insertar en el relato un fotograma de la película "Los hijos del Capitan Grant"! (W. Disney, 1962)En ese fotograma aparece Mary y el hijo del armador.
    ¿Se puede pedir más?
    Muchas gracias.

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  3. Jajaja, sabía que al menos vd. reconocería a Mary...
    Grandioso Verne.

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  4. Naturalmente que la reconozco, la actriz adolescente que interpretó a Mary en “Los hijos del Capitán Grant” no es otra que Hayley Mills. El rostro candoroso de esta bellísima criatura tuvo gran predicamento durante la década de los 60 y encandilaba a todos los muchachos que en esos años acudíamos a las salas de cine. No eran pocas las mamás que aspiraban a tener una hija como ella. Recuerdo haberla visto en varias películas de aquella época, algunas eran de W. Disney: "Pollyanna", "Tú a Boston y yo a California", "La bahía de las esmeraldas" y la citada "Los hijos del Capitán Grant".
    Desde entonces, esa cara es imposible de olvidar.

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  5. Fermosísima doncella es, doy fe.

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