Sirât.
Trance en el desierto
DURACIÓN: 114 Min.
Uno de nuestros grandes actores: prolífico (113 películas), internacional, galardonado..., es el incomparable y discreto Sergi López Ayats (Villanueva y Geltrú, Barcelona 1965) que a la chita callando presenta su novena película en el Cineclub; a una tan solo de entrar en nuestro club de la fama que le dará derecho a una etiqueta propia. Para los flacos de memoria recordamos los ocho huevos que acumula en el nidal que lleva su nombre en nuestro albergadero: Mapa de los sonidos de Tokio (Coixet), Pa negre (Villaronga), El Niño (Daniel Monzón), Un día perfecto (León de Aranoa), Lazzaro feliz (Alice Rohrwacher), Rifkin's Festival (Woodye Allen), Josep (voz) [Aurel], Pacifiction (Albert Serra).
Sergi López tuvo una tardía iniciación en el mundo del cine. Fue en 1991 cuando decidió presentarse en Francia a su primer casting, para trabajar en la película, La Petite amie d'Antoni, del director Manuel Poirier, su descubridor para el cine y con el que ya ha rodado nueve películas. Después vendrían otras como Western, que consiguió el premio del jurado en el festival de cine de Cannes, en 1997. Ha sido en Francia donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera, obteniendo un gran reconocimiento internacional, que le llegó a valer, en 2000, el premio al mejor actor europeo por su interpretación en Harry, un amigo que os quiere.
En 1997, ya con 32 años, rodó su primera película en catalán (Caricies, de Ventura Pons), que también se tradujo al castellano y se emitió en el resto de España. Desde entonces ha alternado trabajos en ambas lenguas.
Su siguiente incursión en el cine español fue junto a Javier Bardem y Victoria Abril en Entre las piernas, y en Lisboa, junto Carmen Maura y el actor argentino Federico Luppi.
Tras el éxito internacional de Harry, un amigo que os quiere, le siguieron el de Una relación privada en Venecia, El cielo abierto, Sólo mía, una aclamadísima película sobre la violencia de género que protagonizó junto a Paz Vega, y la multipremiada El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro, donde su interpretación del villano Vidal le hizo acreedor de diversos premios.
Muchas veces somos incapaces de explicar el porqué unas películas solo nos salpican, aunque cuenten con gran aceptación, y otras nos empapan con emociones que nos pillan desprevenidos. Una de esas películas de huella indeleble es "Sirât", ese largo puente que conecta el paraíso con el infierno y que cada cual lo recorre a su manera.
Quienes quedamos impactados con " O que arde" ya habíamos aprendido del gallego-parisino que algo, extrañamente poético, circula entre la tragedia, la naturaleza (bosques o desiertos) y la existencia; y en esta belleza salvaje, somos los bípedos inteligentes solo una parte más, casi siempre la más insignificante; inconscientes del extremo peligro que conlleva el jugar a ser dioses. Pura paradoja, los más precavidos suelen ser los más alejados de las doctrinas: los ateos, escépticos, agnósticos, nihilistas..., y demás fauna descreída; que, por cierto, nada tienen que hacer ante el empuje de consignas, dogmas y religiones.
Y diréis, qué tiene que ver esta monserga con una rave y una búsqueda por ignotas dunas. Bastante, tiene que ver bastante; y me daréis la razón al abandonar la sala. Aquí, la música es la sangre que circula por tus venas, insertada a golpe de repetitivos (125-140 pulsaciones) y cavernarios ecos. El "trance" no es solo música electrónica de baile entre la hipnosis y la experiencia mística; un trance es un estado de conciencia alterado, un mecanismo de defensa ante experiencias dolorosas, es también el último estado de la vida antes de la muerte.
Es difícil no ponerse trascendental ante el aluvión de argumentos, cinematográficos y filosóficos, de un tío sencillo de dos metros de humanidad. Ese tío se llama Oliver Laxe y ha sido elegido para competir en los próximos Oscar de Hollywood. Sus valedores se habrán alegrado mucho, pero estoy por apostar que a él esa deferencia le ha costado un disgusto. No le veo pagando mariscadas promocionales.
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