45. Los pájaros
Esta tarde, para protegerse del relente,
nuestro protagonista marcha algo encorvado, aovillándose dentro del desgastado
tabardo que le abriga. Fue ella quién le regaló la prenda, el primer año de casados.
Preste atención, enseguida podrá percatarse
de que nuestro personaje es persona observadora; parece estar esperando algo, de
vez en cuando se detiene y escudriña la vegetación lindera del sendero. Vea, en
este mismo instante permanece congelado junto al pretil del puente. Sumido en
la melancolía de una ausencia, contempla ensimismado al menudo y esquivo pajarillo
que acaba de posar en los zarzales, una tarabilla que, ignorando su presencia,
pía y retoza erguida en la rama más alta del espino. Nuestro hombre parece no tener
ninguna prisa, observe, acaba de sentarse sobre el antepecho de granito. El
protagonista del relato no cae en la atenta expectación del ornitólogo, más
bien parece estar interrogando al ave.
Comprenderá mejor la escena, la actitud del
personaje, si yo le suministro cierta información de la que usted carece. Omitiré
ciertos datos por ser irrelevantes para el cuento, no viene al caso que me entretenga
en proporcionarle a usted farragosos detalles acerca de su nombre, domicilio,
actividad profesional o ideario político.
Para hacerse con la historia, lo que usted necesita
saber es que, nuestro hombre, enviudó hará cosa de cinco años. Gloria se
llamaba su esposa. Gloria, no me negará que una mujer con un nombre como ese
sugiere muchas cosas... Una moza menuda y alegre, con unos ojos transparentes, oceánicos...
Era una joven hermosa, de una belleza que hasta dolía mirarla de frente. Envidiaba
uno aquella promesa de piel lozana y caricia tibia, suave como el pecho de los
pájaros. Desde novios ya le tenían querencia a estos andurriales. Gustaban de
salir a caminar juntos cada tarde, sin importar la época del año. Te tropezabas
con la pareja por la bajada de La Muela, por el carril que sube hasta Somalo o
aquí mismo, junto al puente que salva el desnivel de la garganta.
Comenzaron a hablar siendo casi niños. Ella
no pasaría de los quince, trabajaba de taquillera en el cine del abuelo. Las
hojas de treinta calendarios han otoñado desde entonces. Cada tarde de domingo,
se citaban en la plaza y se dejaban caer por estos perdederos. Regresaban al pueblo
antes de la primera función, ella se metía en la garita y comenzaba a despachar
entradas. El chico se colocaba en cola, pagaba religiosamente su ticket y se
metía al cine. Mientras fueron novios jamás aceptó un pase favor. Un detalle
tonto muy comentado por entonces. Casaron siendo jóvenes. Una vez constituido el
matrimonio, él, entraba tranquilamente a la sala sin pasar por caja. A eso de
las once, acabada la sesión nocturna, esperaba junto al portón y se iban abrazados
para casa. Su pasión era todo un espectáculo, cualquier pretexto era bueno para
volver la cabeza y contemplar aquel amor. Y así un año tras otro. Vino luego lo
de la enfermedad de ella, fue todo muy rápido…
Se cuenta por aquí que, a poco de iniciar
noviazgo, durante una de aquellas caminatas, hicieron alto ahí mismo, donde
usted le está viendo ahora, junto al muro del puente. Hay quién dice que contemplaban
la caída de la tarde cuando ella se le acercó más que de costumbre, le tomó por
la cintura y ofreció su rostro para el primer beso. Coincidiendo con aquel
instante de dulce convulsión amorosa, una confiada tarabilla se acercó volando hasta
lo alto del arbusto y se quedó mirando a los amantes...
Estos pajaritos con alma son mejores que aquellos córvidos desalmados
ResponderEliminarQué tierno se ha puesto usred don Wayne!!
ResponderEliminarMe encanta...
Conmovedor, nostalgico y amoroso relato.
Feliz y prospero año 2015, señor-