44.- The host (El huésped)
Llevo meses pegado a esta butaca. El cuerpo se me está quedando completamente agarrotado. Me duele todo. No aguanto más, es una situación insoportable. Debería hacer algo, intentar moverme, cambiar de postura, lo que sea, pero no puedo. Mi musculatura, antes elástica y fibrosa, no responde, se me ha quedado rígida. Temo que de un momento a otro comiencen los calambres. Me aterra haber sido condenado a permanecer soldado a este asiento, sabe dios por cuánto tiempo.
Lo
peor es que todo el mundo me ignora, nadie parece darse cuenta. La gente entra
y sale del cine sin reparar en mi presencia. De las personas que se encargan de
la limpieza de sala para qué hablar. Para ellas ni existo. Pasan a mi lado
dando escobazos a la porquería, me miran de reojo, como quién ve a un molusco estrafalario y se hacen los locos. No
soy un fantasma joder, mi naturaleza es física, se me puede ver, tocar... No merezco un trato como este. Es intolerable.
La gente llega, se sienta, charlan, comen, se
magrean, se ven la película y como si nada. Los niños, esos enanos
desaprensivos, entran en tromba y se dedican a saltar sobre la tapicería,
gritan, patalean, abaten los asientos, golpean los respaldos hasta conseguir
desencajarlos. Me marean. He llegado a odiar a esas criaturas hiperactivas de
ojillos taimados que no paran de gritar y chillar enseñando sus afilados
dientecillos. Son como mapaches enfurecidos, más preocupados por ensuciar la
tarima del suelo que por atender a lo que pasa en la pantalla. Envoltorios,
palomitas, botellas de plástico, vasos, pajitas de refresco... Lo ponen todo
perdido. Un asco. Plantan el culo cerca de mí y me rocían a base de pedos con
olor a chopep. De vez en cuando, algún chaval se da cuenta de que estoy aquí y aparta
la mano con repugnancia. ¿Acaso soy yo el apestado?
Con el tiempo me he ido acostumbrando a la
falta de luz y al acoso de los ácaros. Al principio pensé que me encontraba
solo, luego descubrí que dos filas más atrás sobrevive otro como yo. Otro
desgraciado. También lo está pasando fatal. No para de lamentarse. Lleva
amarrado al respaldo cosa de un año. Algunas noches, cuando la sala se queda
vacía, charlamos en voz baja. Me ha contado que hay numerosas presencias como
la nuestra repartidas por toda la sala. Andan por ahí, repartidos por los
lugares más recónditos y disimulados. La platea, el anfiteatro, los palcos son
un territorio minado. Algunos llevan ahí, pálidos y duros como lapas fósiles,
desde que se reformó el inmueble, hace más de treinta años. Me obsesiona
envejecer en este encierro como ellos.
Es un consuelo tener un colega cerca. Ambos
suspiramos cuando, a primera hora de la tarde, tía Jovita, “La Valenciana”,
levanta la reja del puesto de chucherías que tiene en la calle, pegado al paredón
del edificio. Recordamos los buenos tiempos.
Me ha confesado mi vecino que su aroma era
de menta. Yo fui de sabor fresa. Sin azúcar.
Yo conocí uno con sabor a platano, en la última fila del gallinero, que procedía del puesto ambulante de la Tía Relámpaga y que contaba su primer día; según él, quedó anclado en la butaca cuando se estrenó El Padrecito (1964) de Mario Moreno "Cantinflas". El paso del tiempo lo convirtió en madera.
ResponderEliminar¡¡¡¡Jooobar!! Nunca pensé que tu envidiable memoria, llegara también a dar cobijo a los chicles que quedaban pegados en butacas.
ResponderEliminarGracias por traernos al recuerdo la figura de "Tía Relámpaga", por Aldeanueva tambíén las chiquillas y chiquillos, tuvimos la suerte de disfrutar sus chucherías.
AL PRETENCIOSO INQUILINO DE LA SALA:
ResponderEliminarNo sé qué me relata ni de qué se queja, si usted ya no cuenta para nadie, ha perdido su color, su olor, su sabor, su elasticidad y está acartonado. Usted ya no es lo que era...La vida es así, amigo mío. El muerto al hoyo y el vivo al bollo...
En cambio, aquí me tiene usted a mí; aún conservo mi exquisito olor, mi bello color rojo, mi dulzura exquisita, mi textura acaramelada y mi tersura sin par. Eso sí, estoy deseando que alguien con una jugosa boca, me invite a penetrar en ella, que su fresca lengua vaya lamiéndome y relamiéndome mientras mira con deleite la pantalla del cine...Y entonces, ay, no sé qué será de mí; posiblemente me derrita.