viernes, 24 de febrero de 2012

Relatos de Don Wayne XXI

        El Francotirador

" Constatados los hechos, D. José, reconoció la gravedad de la falta, asumiendo el compromiso de dar con el desaprensivo e imponer la preceptiva sanción disciplinaria. Las pesquisas se llevaron a cabo con discreción. El alumnado de menor edad aportó  una valiosa información que  situaba a Ricardito en el punto de mira: varias niñas de Primero aseguraban haberle visto merodear por los excusados de las féminas, manipular los lavabos, encaramarse en la encimera y fisgar por el tragaluz



El Francotirador
Enemigo a las puertas” es una película francesa, de género bélico, estrenada allá por 2001; la cinta relata el enconado enfrentamiento entre dos tiradores de élite, el soldado soviético Vassili Zaitsev y un oficial alemán, el mayor Köning, durante la encarnizada batalla de Stalingrado.
   Esta es la película que, en formato dvd, Tirso se trajo desde Salamanca, ciudad donde cursaba estudios universitarios, para verla durante su estancia de fin de semana en el pueblo. Y la vio, la vio en compañía de su hermano Ricardito, quince años más joven.
   Con siete años, el angelito, compulsivo consumidor de películas, series televisivas y juegos de la Play, andaba sobrado de estímulos y estaba más que curtido con todo un variado y brutal universo de batallas, tiroteos, ametrallamientos,  explosiones, feroces choques a bayoneta calada y luchas cuerpo a cuerpo. Así se explica que la crueldad de las escenas contempladas en pantalla no pareciera afectarle hondamente, en cambio la personalidad, el heroísmo  y la peripecia del francotirador de los Urales le dejó turulato. Al poco de acostarse, se quedó dormido. A media noche despertó. La causa de su vigilia no fueron pesadillas sangrientas o el pavor ante la inminencia de los bombardeos. La calenturienta imaginación del Ricardito le susurraba algo al oído: acababa de sugerirle una arriesgada escaramuza guerrillera.

   El martes sobre las once de la mañana, Don Próculo Cuena, pensionista local de apodo “Tío Tumbao”, se personó en dependencias del Centro Escolar de Aldeanueva; tras conseguir dar con el Director del Colegio, pasó a presentar una enérgica queja verbal por ciertos hechos acaecidos la jornada anterior en horario de comedor escolar. Ante la magnitud del acaloramiento, D. José, a la sazón máxima autoridad de la Institución Educativa, requirió calma y procedió a escuchar pacientemente el relato de los acontecimientos.
   Según explicación del denunciante, allá sobre las dos y media del lunes, cuando acabado el horario lectivo buen número de alumnos se encontraban haciendo uso del comedor, paseaba D. Próculo calle abajo camino del Hogar del Pensionista. Transitaba acera abajo cuando fue recibido por una cerrada andanada de tapones de caucho, de esos que sirven para cerrar el paso del agua en el desagüe de los lavabos. Uno de los tapones  impactó a quemarropa contra su cabeza, un ataque traicionero y por la espalda que a buen seguro lo habría rebanado una oreja de no ir cubierto con un gorro de paja. Angustias, “La Cascabullo”, que caminaba detrás, fue víctima de análogo recibimiento. La pobre señora, salía del centro médico, distraída y con un brazo en cabestrillo, al percibir el fuego graneado de proyectiles que zumbaban y rebotaban a su alrededor se creyó atacaba por un agresivo enjambre de tábanos, presa del pánico comenzó a manotear para acabar dando de bruces contra el suelo.
—¡Que no sabe usted, Sr. Director, la lástima que daba ver a la pobre mujer, tan mayor, tan gruesa y tan torpe, pataleando tendida por el asfalto.
   Como prueba, en anciano extrajo del bolsillo un puñado de tapones circulares, color regaliz, que procedió a depositar sobre una de las mesas del despacho.
—Y no están todos —apostilló—, porque algunos fueron a parar bajo los automóviles o rodaron calle abajo.
   No, no. No había sido posible identificar al incontrolado autor del ametrallamiento, el escurridizo francotirador se había atrincherado con presteza tras la tronera después de vaciar los cargadores. Escuchados los hechos, se procedió a un reconocimiento pericial de las instalaciones llegando a la conclusión de que el atacante había actuado emboscado desde uno de los estrechos ventanucos situados en lo alto del servicio de niñas. La profusión de pisadas sobre los lavabos y la encimera eran prueba irrefutable. Faltaban además catorce tapones, los siete de los lavabos de niñas y los siete de los lavabos de niños.
   Constatados los hechos, D. José, reconoció la gravedad de la falta, asumiendo el compromiso de dar con el desaprensivo e imponer la preceptiva sanción disciplinaria. Las pesquisas se llevaron a cabo con discreción. El alumnado de menor edad aportó  una valiosa información que  situaba a Ricardito en el punto de mira: varias niñas de Primero aseguraban haberle visto merodear por los excusados de las féminas, manipular los lavabos, encaramarse en la encimera y fisgar por el tragaluz.
   De vuelta al despacho, Don Germán, Jefe de Estudios, se fue para el aula de Segundo con intención de reclamar la presencia del pimpollo en el despacho de dirección.
   De correr otros tiempos Ricardito habría hecho ese trayecto agarrado por la oreja y en volandas, pero corren tiempos en los que las buenas prácticas pedagógicas y los derechos del niño priman por encima de todo, por lo que, el mocoso, hizo ese trecho desfilando marcialmente por el pasillo delante del maestro poniendo cara de póker.
   Confinado en el despacho hubo de enfrentarse a una muralla humana. El triunvirato formado por el Director, el Jefe de Estudios y el Secretario procedió a interrogar al sospechoso, cada uno a su manera, pero haciendo todos gala de infinita paciencia. El belicoso pupilo no se arredraba, rechazaba la acusación obstinándose en su negativa a “cantar”.
—Que sí, que sí, que yo entré en los baños de niñas pero fue para buscar a una compañera y darle un recado.
—¿Y qué compañera era esa?
—Es que… no me acuerdo
—¿Y cuál era el recado tan importante que debías darla?
—Tampoco me acuerdo
—Pero ¿cómo que no te acuerdas si ocurrió ayer?
—¡Que no me acuerdo, Don Germán, que no me acuerdo! —alegaba el nene en su defensa.
—¡Mira Ricardito que nos estás tocando los nervios…!
   Con el interrogatorio atascado se hacía imprescindible un careo.
—Que vengan las “testigas” —solicitó Don José con retranca.
   Comparecieron en el despacho Tenchi, Ivana y Mari Mar, visiblemente acobardadas. Ricardito se hizo a un lado para franquearlas el paso. El trío se apiñó junto a una de las mesas.
—Vamos a ver niñas, que aquí el artista se niega a recocer nada. ¿Vosotras estáis seguras de haber visto a Ricardo corretear por el aseo de las niñas?
—Sí que le vimos, mientras nos estábamos cepillando los dientes.
—Y…¿qué hacía?
—Se llevaba todos los tapones en la mano. Y luego trepó encima de los lavabos.
—¡D. José, no se haga usted caso…!
—Tú ya has tenido tiempo de hablar, mozalbete, así que ahora calladito.
—¿Pudisteis ver como se asomaba a la calle y lanzaba los tapones?
   Las fulminó con la mirada y con un puchero en el que sacaba amenazadoramente el labio superior mordiéndose el inferior con los paletos. Las niñas comprendieron el mensaje.
—Bueno, eso, exactamente eso… no lo vimos —afirmó Tenchi con voz contrita —. Nosotras solo vimos lo otro…
—Está bien, volved a clase —se resignó el Director.
—¿Y tú qué tienes que añadir Ricardito? Estás en el ojo del huracán.
—¡Que yo no sé nada, Don Germán, se lo juro! Yo lo único que hice fue recoger los tapones, que estaban todos esparramaos por el suelo, por eso los llevaba en la mano.
—Pero vamos ver ¿y quién los había tirado?
—¡Y yo qué sé!
—Pero vamos a ver, pedazo de melón, ya has oído que las niñas aseguran haberte visto encaramao sobre los lavabos, con toda la munición en el puño y espiando por el ventanuco.
—¿Pero que dicen? ¡Don José, no se haga usted caso! Esas niñatas flipan.
—Vamos a intentar entendemos chaval, que sabemos de qué pie cojeas, tú cuéntanos todo lo que sepas. ¿A ti te parece normal tomar la fachada del otro lado de la calle por un paredón de fusilamiento?
—Si yo no sé nada.
—¿Es que vives en la inopia? Estabas allí, algo habrás visto.
—Que no sé nada, lo prometo, que no sé nada.
—Pero…, ¿nada de nada…?
   Aquel liante decidió maniobrar en otra dirección:
—Bueno hay una cosa que se me ha olvidado contaros…
—¿Y cuál es ese detalle?
—Vi a otro niño que correteaba por los servicios.
—¿Otro niño? ¿Y puede saberse quién era?
—No le pude reconocer.
—¿Cómo es posible que no le hayas podido reconocer, si en este colegio somos cuatro gatos?
—Es que llevaba la cabeza cubierta con una capucha, como esas que se ponen los atracadores y los terroristas en las películas. 
—¡Ricardito, tú, estás de guasa o te falta un tornillo!
—Al menos, ¿te fijarías en cómo iba vestido…?
—No me dio tiempo de verlo, es que… se movía muy deprisa.
—¡Ricardito que me voy a ciscar el todo lo barrido…!
—Que no Don Germán, que yo estoy diciendo toda la verdad.
—Pero, entonces, ¿no sabes nada más? Venga Ricardo, tú algo más tienes que saber…
—Que no, que no, que yo no sé nada más…
   Se quedó detenido un instante, como pensando. De pronto, el brillo propio de los espabilados le iluminó los ojos. Observó a sus enjuiciadores y poniendo carita candorosa añadió:
—Bueno, sí, hay una cosa que me sé muy bien y aún no os he dicho.
   Los miembros del Equipo Directivo respiraron con alivio, por fin habían quebrantado sus defensas, aquel pillo accedía a declarar.
—Pues venga, canijo, desembucha todo lo que sepas.
—¡Me sé la tabla de multiplicar del siete, me la sé enterita! ¿Queréis que os la cante? 




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