43.- Paz
Para María de los Ángeles Guinea
Hazte a un lado, querido, permíteme entrar
bajo la sábana. La cama de hotel es grande como pista de aeródromo, retocemos
juntos en esta hora boba de la siesta. Abrázame por la espalda. Adoro sentir como
me envuelves con esos brazos morenos como las avellanas maduras, el modo en que
tus piernas se trenzan con las mías, las cálidas palmas de tus manos pegadas a
mi vientre, tu erección cuando late entre mis nalgas. Hueles a rio, el aire tibio
que respiras me acaricia la nuca. Descendamos al territorio de sueño, entre
tanto, te iré relatando un vivo recuerdo que guardo desde niña.
Mi madre y Paz Fraile eran amigas de la
infancia. Dos camaradas que se entendían a las mil maravillas. Vivían alejadas,
cada una en un extremo del pueblo. Habían sido compañeras, primero de colegio,
luego de instituto. Una de esas amistades femeninas que permanecen indisolubles
a lo largo de los años. Desde muy chicas adoptaron la costumbre de acudir juntas
a las sesiones del Cine Juventud. Era su manera de entretener las tardes tediosas
de los sábados. Siendo todavía una chiquilla, mi madre se enamoriscó de Virgilio,
el “Mecha”, un jovenzuelo que trabajaba de aprendiz en Talleres Mecánicos Sandino.
Fruto de aquel idilio adolescente nací yo. Nunca llegaron a casarse. Paz, con andar renqueante, trasladando de un lado para otro su aparato ortopédico,
también quedó soltera. A la jubilación del padre fue ella la que tomó las
riendas del comercio “TEJIDOS Y CONFECCIONES FRAILE”, un negocio de textiles
que puso en marcha Don Senén en los años cuarenta y que sobrevivía a duras
penas en la Avenida Queipo de Llano, hoy Paseo de la Constitución.
La maternidad o las obligaciones de la
tienda nunca fueron obstáculo para que ambas amigas se mantuviesen fieles a sus
complicidades e inclinaciones cinematográficas. Siendo yo bebé me quedaba al
cargo de mis abuelos maternos para que ambas amigas pudieran entregarse a
intimidades y películas. Más tarde, a partir de los cuatro o cinco años,
acompañaba a mi madre y a la “tita” a las sesiones de tarde que programaba el
Juventud.
La tarde del 1 de marzo de 2003 era sábado. Como
tantas veces, mi madre y Paz Fraile se habían citado a la puerta del cine para
el pase de las 19:30. Nosotras llegamos con retraso, recuerdo que aparecimos a las puertas de la
sala como un vendaval. Al no ver a Paz junto al chiscón que hace de taquilla, mi
madre sacó las entradas y tiró de mí para adentro. Con la proyección a punto de dar comienzo y el patio de butacas
atestado de público, intentamos dar con Paz entre el sembrado de cabezas. Mi
madre reconoció enseguida a su amiga en una esquina de las primeras filas. Junto
a su butaca custodiaba un par de asientos libres. Sin percatarse de nuestra
llegada, permanecía distraída buscando algo en las profundidades de su bolso.
Llegar hasta allí no parecía tarea fácil, el pasillo estaba completamente atascado
por espectadores que buscaban donde instalarse o charlaban con conocidos. Sin
tiempo para quitarnos la ropa de abrigo, en un intento por hacerse ver, mamá,
se irguió todo lo que pudo agitando la mano en el aire a la vez que la llamaba:
—¡Paz!
¡Paz! ¡Paz!
Ante la sordera de la amiga fue elevando el
tono de voz hasta convertirlo en un grito casi desesperado:
—¡Paz!
¡Paz!
¡Paz!
Al momento un grupo de jóvenes que teníamos al
lado se levantaron de su localidad y, alzando mucho los brazos, la secundaron a
coro:
—¡Paz! ¡Paz! Paz!
Un barbudo y su pareja que venían detrás,
con el puño en alto, no dudaron en sumarse:
—¡Paz!
No a la Guerra! ¡Paz! ¡No a la Guerra!
Superado el primer momento de incertidumbre todo
el patio de butacas estaba en pie, los brazos en alto, las manos abiertas, unidos
en una sola voz:
—¡Paz! ¡Paz! ¡No a la Guerra!... Paz! ¡Paz! ¡No
a la Guerra!...
Allí estaba yo, estupefacta, aferrada con
fuerza a la mano de mi madre. Sin comprender nada de lo que estaba pasando, pude
asistir al tumultuoso clamor que, como un fuego de agosto, se propagaba a escala
planetaria.
A
través de las impolutas cristaleras de sus despachos ministeriales, los inconscientes
y mamarrachos pandilleros que nos habían conducido a una guerra tan estúpida
como inútil, escuchaban la voz de contestación que se había desatado en las calles.
Millones de personas recorrían las avenidas como una descarga nerviosa. Se
apiñaban en las plazas en un grito unánime. A nuestros gobernantes les delataba
su rostro de pasmados, comprendían muy poco de lo que estaba pasando, menos aún que aquella cría que estaba a punto de cumplir los once años.
De una vez por todas: NO A LA GUERRA. Tampoco a las películas propagandísticas, las que insinúan que hay buenos, malos y justificaciones para matar. Las mejores historias sobre la guerra son las que hablan de su iniquidad: Senderos de gloria, Rey y Patria, Apocalypse Now, Johnny cogió su fusil, En la niebla...
ResponderEliminarEsta tarde he recibido una llamada en la que se me comunicaban noticias alentadoras.
ResponderEliminarProponemos que para ir ganando tiempo vayamos pensando en esta posibilidad que, naturalmente, queda abierta a posibles sugerencias y modificaciones:
I CICLO DE CINE: CINECLUB “EL GALLINERO”/FILMOTECA DE EXTREMADURA
“INFANCIA Y JUVENTUD EN LOS ALBORES DEL SIGLO XXI”
Infancia y escenarios post-bélicos:
“The Roket” (El cohete), Kim Mordaunt, Australia, 2013
Adolescencia e identidad:
“Joven y bonita”. François Ozon, Francia, 2013
Adolescencia y emigración:
“La Jaula de Oro”, Diego Quemada-Díez, México, 2013
Juventud y convenciones sociales:
“ Wajma”, Barmak Akram, Afganistan, 2013
Juventud y países en conflicto:
“Omar”, Hany Abu-Assad, Palestina/Emiratos Árabes, 2013
Niños de la guerra:
“Rebelle”, Kim Nguyen, Canadá, 2012
Adolescencia y familia:
“Mommy”, Xavier Dolan, Canadá, 2014
¿Lo intentamos?
Hay que ver si existen en el formato 35 mmm; si asi fuera por mí no hay ningún inconveniente. De las citadas he visto Omar y Joven y bonita, las dos me parecen interesantes.
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