domingo, 18 de enero de 2015

Relatos de Don Wayne XLVI

La mascota representaba a un personaje clásico del cine de animación, un perro tontorrón llamado Pluto, un can de raza indefinida  que anda siempre con la lengua fuera. Todo el mundo conoce a ese personaje de Walt Disney.



46. Pluto


   Cuando Nata era pequeña sentía devoción por un peluche, un muñeco grande y desastrado, deslucido por el traqueteo y los lavados sucesivos. La mascota representaba a un personaje clásico del cine de animación, un perro tontorrón llamado Pluto, un can de raza indefinida  que anda siempre con la lengua fuera. Todo el mundo conoce a ese personaje de Walt Disney. Mi hija se acostumbró a cargar con aquel chucho cada vez que salíamos de viaje. Llegó un día en que el juguete decidió quedarse a vivir en el asiento trasero del coche y ya no volvió a salir de allí. Se había convertido en el compañero de viaje de Natalia. Un colega ideal porque la presencia de Pluto en el automóvil era garantía de que la niña viajaría entretenida y no acabaría por dar la lata. Por entonces, hablo de hace más de treinta años, no era obligatorio dotar a los turismos de esos asientos de seguridad para menores que hoy son tan comunes y que obligan a los niños a realizar los desplazamientos completamente amarrados. Natalia podía moverse con libertad por la parte trasera de Simca y allí montaba todo un tinglado para ir jugando con su amigo. A veces los recorridos eran cortos como cuando íbamos al supermercado, a visitar a sus abuelos o a las piscinas de La Reja. Otras veces los viajes duraban horas o días enteros como cuando salíamos de vacaciones a Mojácar. No importaba, Natalia gateaba por el asiento, buscaba su muñeco y se desconectaba de este mundo. Yo me ponía al volante y, de vez en cuando, observaba a la niña por el espejo retrovisor. Nata abrazaba a Pluto, sostenía interminables conversaciones con él, le daba de comer patatas fritas, hacía dibujos para él, le asomaba por la ventanilla para que disfrutara del paisaje o le arropaba y obligaba echar la siesta… Muchas veces caía rendida abrazada a su mascota de felpa y ambos se quedaban dormidos a lo largo en el asiento. Recuerdo una noche en que regresábamos de un viaje a la nieve, de pronto, un animal de gran tamaño, un corzo, irrumpió en la calzada obligándome a dar un súbito frenazo. Con la inercia, la niña y su amigo, que dormían detrás férreamente abrazados, salieron despedidos hacia adelante yendo a caer en el espacio que hay entre los asientos. Unos metros más allá encontré un apartadero donde poder aparcar el vehículo. Allí estaban los dos, tirados sobre la alfombrilla de goma, tras el respaldo de mi asiento, dormían plácidamente, ni se habían enterado del porrazo. 
   Durante la infancia de Natalia, aquel bicho de trapo fue su mejor aliado. Pluto comprendía a la niña, la mantuvo alejada de la soledad que suele acosar al hijo único, la ayudó a superar sus miedos y fue su apoyo en momentos muy difíciles para ella como fueron su enfermedad o el divorcio de sus padres.

   Mi hija pronto cumplirá cuarenta años. Es una excelente dibujante, trabaja en Barcelona para una empresa de publicidad.
   Esta mañana Natalia y Joan, su segundo marido, han venido a buscarme. Han viajado desde Cataluña para hacerme compañía durante la operación y el período de convalecencia. Ingreso hoy en el hospital para el preoperatorio. La intervención será mañana. Poca cosa ha dicho el especialista, un desarreglo del estómago. Con un poco de suerte, y si todo va bien, un par de semanas de hospitalización y a mediados de mes para casita. “Si todo va bien…” “Con un poco de suerte...” Hemos salido de casa camino del lugar donde estaba aparcado el coche. Por costumbre he sacado las llaves y me he dirigido a la puerta del conductor. Mi hija se me ha adelantado de un salto. ¡Ni hablar de eso, papá, tú hoy no conduces! Me ha arrebatado las llaves y se las ha entregado a su marido. Joan se ha sentado al volante. Natalia ha introducido en el portaequipajes la pequeña maleta donde llevo algunos efectos personales. Me ha ayudado a acomodarme en los asientos traseros, ha fijado mi cinturón de seguridad y ha ido sentarse delante, junto a su marido.
Enseguida hemos entrado en el abigarrado tráfico de la circunvalación camino de la clínica. Mi hija y su esposo comentaban algún asunto trivial, estaba claro que intentaban desviar mi atención del desasosiego propio del momento. Yo viajaba solo en la parte trasera, callado, se me atragantaban las palabras. A poco de iniciar la marcha, alguna razón inexplicable me ha llevado a realizar un movimiento reflejo. He alargado el brazo y he comenzado a registrar entre la tapicería. Mi mano tanteaba en busca de Pluto, pero ya no estaba. 

2 comentarios:

  1. Sencillo y emotivo. Uno de sus mejores disparos señor Wayne.

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  2. El Asilvestrado20/1/15, 14:14

    Cierto, Jhat, este relato goza de una fina y delicada sencille capaz de calar hondo y despertar las más íntimas nostalgias.
    Le felicito, Don Wayne.

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